Por Felipe Argote
Foto Felipe Argote
Unos lo sufren, otros lo explotan y otros lo utilizan para beneficiarse políticamente o para elevar su rating televisivo. El transporte publico es una calamidad que los panameños flemáticos padecen día a día sin que se vea una luz al final de la gruta.
El sistema de trabajo a destajo es sin duda la génesis de la desesperación de palancas y pavos que deben cubrir una cuenta, antes de beneficiarse con el resto del ingreso. Por eso estrujan al mayor número de personas en esos ataúdes rodantes. Por eso se mueven a altas velocidades por los pésimos caminos que destrozan aun más con su peso. El drama no se limita a los que por necesidad se ven obligados a utilizar estas trampas de muerte. Resulta que los victimarios a la vez son victimas. Esos conductores de bajo nivel de escolaridad (si lo tuvieran no serian explotados de esa forma inmisericorde por los propietarios de los buses), con sus pavos que defienden al conductor de la agresividad de sus propios clientes y de los ladrones que están al acecho para birlarle la cuenta del día, son lo odiados villanos que resultan a su vez victimas de una sobre explotación. Sin horario de trabajo, sin vacaciones, sin decimo tercer mes y peor aun sin jubilación. A la edad en que la mayoría de los trabajadores no disfrutan pero sobreviven con una pequeña jubilación que apenas les alcanza, el conductor de la tercera edad se ve manejando a edades superiores a los sesenta años o bien abandonados por sus patrones cuando resultan un peligro para sus activos. Estos chóferes los veremos reciclando latas o recogiendo desechos luego de años de dedicarle toda su vida a ser conductores de bus.
El problema del transporte público es pues mucho más complejo de lo que quisieran los que tienen acceso a un micrófono y por tanto les basta decir que eliminen los buses, o a los políticos en tiempo de campaña. Del mercado del transporte participan alrededor de 300,000 personas entre choferes palancas y dueños de buses, lavadores, mecánicos, fondas, pintores artísticos y demás. Eliminar de raíz esta fuente equivaldría a elevar en un uno porciento adicional el nivel de desempleo. Por antipáticos que nos resulten los conductores de buses cualquier estado debe pensar en términos macroeconómicos y estratégicos y no irse con la ola de la indignación por la muerte de un joven que se forjaba a trompadas un futuro para él y su familia, quien pierde la vida debido a la impericia y negligencia de un conductor. Tampoco sirve correr frente a la desgracia de un accidente con un resultado devastador para mostrarse compungido ante las cámaras de televisión. Esto es comprar tiempo, cuando como estado no se tiene la capacidad de establecer una estrategia que solucione el problema a largo, mediano y corto plazo.
El metro tomará no menos de cuatro años en ejecutase, pero el sistema no soporta cuatro años, los usuarios no soportan cuatro años, la sociedad no va a soportar cuatro años. Mientras llega el metro hay que remplazar los diablos rojos por nuevos buses estatales con conductores asalariados.
Por otro lado, por viles que sean los dueños de buses, a fin de que puedan dedicarse a otra actividad y no se conviertan en una carga social o engrosen las filas de la delincuencia común, se les debe indemnizar y sacar los buses uno a uno remplazándolos de la misma forma por nuevos buses con conductores asalariados, muchos ex palancas. Pero los dueños de buses para recibir su indemnización deben entregar el bus previo con su sello de revisado para evitar la entrega de chatarras. Deben estar a paz y salvo, tanto con sus boletas como con las deudas que puedan tener por victimas de atropello o peor… de muerte.
Esto iniciaría el proceso de erradicación de este sistema inhumano y antihumano y abriría las puertas a un nuevo sistema que les daría mayor tranquilidad y calidad de vida tanto a los usuarios como a los odiosos y por tanto odiados conductores y sus pavos.
El sistema de trabajo a destajo es sin duda la génesis de la desesperación de palancas y pavos que deben cubrir una cuenta, antes de beneficiarse con el resto del ingreso. Por eso estrujan al mayor número de personas en esos ataúdes rodantes. Por eso se mueven a altas velocidades por los pésimos caminos que destrozan aun más con su peso. El drama no se limita a los que por necesidad se ven obligados a utilizar estas trampas de muerte. Resulta que los victimarios a la vez son victimas. Esos conductores de bajo nivel de escolaridad (si lo tuvieran no serian explotados de esa forma inmisericorde por los propietarios de los buses), con sus pavos que defienden al conductor de la agresividad de sus propios clientes y de los ladrones que están al acecho para birlarle la cuenta del día, son lo odiados villanos que resultan a su vez victimas de una sobre explotación. Sin horario de trabajo, sin vacaciones, sin decimo tercer mes y peor aun sin jubilación. A la edad en que la mayoría de los trabajadores no disfrutan pero sobreviven con una pequeña jubilación que apenas les alcanza, el conductor de la tercera edad se ve manejando a edades superiores a los sesenta años o bien abandonados por sus patrones cuando resultan un peligro para sus activos. Estos chóferes los veremos reciclando latas o recogiendo desechos luego de años de dedicarle toda su vida a ser conductores de bus.
El problema del transporte público es pues mucho más complejo de lo que quisieran los que tienen acceso a un micrófono y por tanto les basta decir que eliminen los buses, o a los políticos en tiempo de campaña. Del mercado del transporte participan alrededor de 300,000 personas entre choferes palancas y dueños de buses, lavadores, mecánicos, fondas, pintores artísticos y demás. Eliminar de raíz esta fuente equivaldría a elevar en un uno porciento adicional el nivel de desempleo. Por antipáticos que nos resulten los conductores de buses cualquier estado debe pensar en términos macroeconómicos y estratégicos y no irse con la ola de la indignación por la muerte de un joven que se forjaba a trompadas un futuro para él y su familia, quien pierde la vida debido a la impericia y negligencia de un conductor. Tampoco sirve correr frente a la desgracia de un accidente con un resultado devastador para mostrarse compungido ante las cámaras de televisión. Esto es comprar tiempo, cuando como estado no se tiene la capacidad de establecer una estrategia que solucione el problema a largo, mediano y corto plazo.
El metro tomará no menos de cuatro años en ejecutase, pero el sistema no soporta cuatro años, los usuarios no soportan cuatro años, la sociedad no va a soportar cuatro años. Mientras llega el metro hay que remplazar los diablos rojos por nuevos buses estatales con conductores asalariados.
Por otro lado, por viles que sean los dueños de buses, a fin de que puedan dedicarse a otra actividad y no se conviertan en una carga social o engrosen las filas de la delincuencia común, se les debe indemnizar y sacar los buses uno a uno remplazándolos de la misma forma por nuevos buses con conductores asalariados, muchos ex palancas. Pero los dueños de buses para recibir su indemnización deben entregar el bus previo con su sello de revisado para evitar la entrega de chatarras. Deben estar a paz y salvo, tanto con sus boletas como con las deudas que puedan tener por victimas de atropello o peor… de muerte.
Esto iniciaría el proceso de erradicación de este sistema inhumano y antihumano y abriría las puertas a un nuevo sistema que les daría mayor tranquilidad y calidad de vida tanto a los usuarios como a los odiosos y por tanto odiados conductores y sus pavos.
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