Por Felipe Argote
Los
argumentos contra la inmigración siempre son atractivos porque los humanos somos
territoriales. Si añadimos la pésima educación
que reciben nuestros conciudadanos, ya tenemos un buen caldo de cultivo, un
ambiente húmedo y cálido, para incubar el repudio a los inmigrantes, lo que
resulta, para los cínicos, un buen argumento en tiempos de campaña electoral.
Si
no se estuviera contra los venezolanos y los colombianos, se estaría contra los
chiricanos, y si estos no fueran parte de la ecuación, se hablaría en contra de
los chorreranos, los de San Miguelito o en su defecto contra los vecinos de la
cuadra de al lado de nuestra barriada.
Ciento
sesenta y cuatro países firmaron el pacto migratorio, sin embargo, se escarba
entre los argumentos de los diez que no lo firmaron para dar la impresión de
que todo mundo vendrá ahora para Panamá, porque fuimos los únicos que firmamos el pacto sin antes hacer un referéndum.
Sorprendente
que en un país abierto como el nuestro, acudamos a la más básica de las pasiones, para
marchar en contra de un pacto aprobado por aclamación durante la sesión plenaria
de las Naciones Unidas, presidida por su secretario general, Antonio Gutiérrez.
Países
en donde la inmigración es crítica, donde inmigrantes salvajes de grupos terroristas
han cobrado la vida de ciudadanos de esos pueblos, con dirigentes de demostrado
liderazgo como Alemania, España, Inglaterra, Francia, pero también los países latinoamericanos
con líderes de tendencias políticas equidistantemente adversas, como Colombia, Perú,
Argentina, México, Bolivia, Ecuador y Brasil, varios de los cuales son los
mayores receptores de inmigrantes venezolanos, firmaron el pacto.
Sobre
los países que no lo firmaron, no nos sorprende Estados Unidos con la política neo
mercantilista de su presidente, Israel no requiere argumentos, los países de
Europa del este tienen en sus genes un odio milenario al extranjero por los
cientos de invasiones de este y oeste, Italia vive una crisis y sobre Austria
no tengo la más remota sospecha, de las razones por las cuales no lo firmaron.
En
Latinoamérica, a mi juicio causa vergüenza ajena ver que el presidente de Chile,
Sebastián Piñera, un país en donde no va nadie a refugiarse y que en cambio le
debe mucho agradecimiento a los países latinoamericanos y europeos por la acogida
de decenas de miles de refugiados y asilados durante la dictadura de Pinochet,
ahora rebaje su estatura como país y aparezca como el más egoísta, hablando de
que reduce su soberanía. Probablemente su ingratitud tenga que ver con que su
oponente Michelle Bachelet es ahora la Alta Comisionada para los Derechos Humanos
de la ONU. No descarto tampoco algún ingrediente de prejuicio misógino.
En
Panamá, ante la coyuntura aparecen abogados hasta ahora desconocidos, seguramente
relacionados con tramites de inmigración, presentándose como los más patriotas,
tan solo porque mientras mas complicados sean los tramites migratorios, mayores
son las facturas a los desesperados inmigrantes y asilados políticos.
Panamá,
un país de inmigrantes, en donde la gran mayoría de su ascendencia arribó de
otros países, ya sea porque sus padres o abuelos decidieron buscar en nuestro país
mejores oportunidades de trabajo o mejores oportunidades de negocios, resulta incongruente
que sean los pueblos originarios los menos xenofóbicos y los que mayores
argumentos tengan, por su experiencia histórica, para repudiar la inmigración.
Sobre
nuestros rutilantes miembros de los desprestigiados partidos políticos, resulta discordante que en este mismo momento la Asamblea de Diputados discuta adecuar
nuestra legislación, estableciendo la cárcel por deuda para complacer intereses
de ciudadanos de otros países. La Asamblea de Diputados en sesiones
extraordinarias, seguro votará hacer de la evasión fiscal un delito penal siguiendo
las instrucciones de organismos internacionales como la OCDE, de la cual ni siquiera
somos miembros, argumentando estándares internacionales donde solo hay
imposiciones. Mientras, se pretenda ir
en contra de lo aprobado por la aplastante mayoría de la Organización de las Naciones
Unidas, tal vez el último organismo con prestigio que nos queda en el planeta. Un
pacto aprobado mediante aclamación, lo cual significa que ni Trump ni sus representantes,
mucho menos Sebastián Piñera, tuvieron el valor de ir a Marrakech a defender con
valentía su disidencia en el foro correspondiente, en lugar de agazaparse tras
los twits y las declaraciones de prensa.
Lamentable
que nuestro gobierno no haya sido capaz, ni haya contado con el personal capacitado
para sustentar su posición, que, aunque correcta, no importa lo espectacularmente
bueno de un proyecto, si no se tiene la capacidad para convencer a la población
de su conveniencia.
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