Por: Felipe Argote
La primera vez que visité el paraíso en medio de la montaña, llamado Kankintú fue en 1994, hace más de 16 años. Mi esposa Carmen y yo regresábamos de visitar a unos amigos panameños que se fueron a vivir a Costa Rica en medio de la crisis política de finales de la década de los 80, y que ya habían echado raices en San José y Cartago.
Al llegar a la ciudad de
David, Carmen me recordó que nuestro amigo Eusebio Bilboard nos había invitado
a su casa en Kankintú, así que tranquilamente tomamos un autobús rumbo a Bocas
del Toro. El conductor enfiló camino hacia la Cordillera Central, pasando por
la Quijada del Diablo y rodando o mejor reptando, por la sinuosa carretera en
medio de la espesura de la selva, nos llevó a la costa del mar caribe, al
pueblo llamado Chiriquí Grande, cerca de Rambala, en la provincia de Bocas del
Toro.
En Chiriquí Grande
tomamos una piragua de madera con motor fuera de borda que luego de vencer las
olas del mar Caribe, entró por el rio Krikamola. La vegetación era tan espesa
que en ocasiones nos tapaba la vista al cielo. Algunas veces tuvimos que
bajarnos de la piragua y empujarla ya que en verano el rio reduce su cauce. Los
últimos dos kilómetros antes de llegar a Kankintú tuvimos que vencerlos a pie.
Kankintú significa
montaña del Jurel. El jurel es un pez que generalmente se pesca en el mar, sin
embargo, según la leyenda, un indio gnöbe, a principios del siglo pasado, logró
capturar un urel en el rio Krikamola, justo frente a donde hoy se levanta esta
comunidad de la comarca gnöbe. En lengua gnöbe Kankintú significa loma del
jurel por el vocablo Kanggi que
significa jurel y tii que significa
montaña o loma.
Este pueblo fue fundado
por un grupo de gnöbes en la década del cueranta dl siglo pasado. Entre ellos
estaba Victoriano y Ebi Paula Bilboard, Genaro y Juanita Tibibo, Arturo Tibibo Tigonchi,
Nely Drigaribo, Eva Becker y Simón Molina.
Desde su fundación los
comuneros tuvieron el apoyo y orientación de curas católicos, primero de los
paulinos con el norteamericano Robert Duherty, que luego fueron desplazados por
la curia y remplazados por los agustinos recoletos.
En aquella visita de hace
casi dos décadas, dormimos cómodamente en una casa de madera levantada varios
metros sobre el piso, envueltos en una gruesa manta que disimulaba el frio
nocturno de la montaña. En medio de la oscuridad de la noche, a lo lejos escuché
unos cánticos en gnöbe. Eusebio me explicó en la mañana que era los que seguían
la religión de Mama Chi. Visto que con todo el aparato de la iglesia, siglos atrás
con el filo de la espada, luego con las armas y finalmente mediante la
colaboración social, no habían podido hacer desaparecer en los gnöbes todas sus
creencias religiosas ancestrales.
En esta ocasión, dieciocho
años después, mi trayecto de vuelta a Kankintú fue mucho más rápido. Desde
Chiriquí Grande tomamos un helicóptero que nos llevó a Kankintú en cuestión de
minutos. El pueblo no había perdido su exótica belleza natural, con la
diferencia que en esta ocasión me encontré con un hermoso colegio de dos pisos.
El colegio San Agustín de Kankintú, un edificio regentado por los curas agustinos,
que brinda clases en la mañana a la primaria, en la tarde es escuela
secundaria, en la noche es escuela nocturna y los fines de semana sirve como
anexo de la Universidad de Panamá. Aquí, un grupo de mas de cien estudiantes,
algunos que bajan de la montaña el día
anterior, toman sus clases para optar por la licenciatura en educación. Con alta motivación, gran autoestima y fluida
oratoria, los estudiantes gnöbes se preparan para mejorar su futuro. A finales de este año ya se dará las primeras
graduaciones de licenciatura en educación. Allí pude estrechar la mano de Arístides
Abrego, el representante de la comarca gnöbe en el concurso nacional de oratoria.
Acompañado de funcionarios
de CONEAUPA, de la Universidad de Panamá y una par evaluadora mexicana que no
cesaba de sorprenderse de ver este emporio de la educación en medio de la
montaña, me retiré de este hermoso pueblo. Fue grande la emoción y triste la
despedida, luego de observar la alta motivación de los estudiantes, la gran
mayoría mujeres, con la tremenda seguridad de su futuro papel en la historia
panameña.
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