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28 de noviembre de 2009

LA GRAN DEPRESIÓN

Por: Felipe Argote


Era jueves.
El otoño del hemisferio nor-te transcurría sin mayor transcendencia En la calle Wall, sin embargo, la densidad del ambiente se podía cortar con una navaja.

Durante los últimos ocho años, los llamados felices 20, el crecimiento de los precios de las acciones había atraído a un número irregular de inversionistas. La mayoría no tenia idea de cómo funcionaba la bolsa, solo sabia que comprabas una acción y después de un tiempo esta se elevaba de precio generándote unas ganancias inmorales. Cómo una pirámide. Sin embargo, de unos meses a esta parte el valor del Dow Jones mostraba movimientos irregulares.

La década del veinte en general había manifestado muy buenos números para la economía. La industria norteamericana se aprovechó de la destrucción de la capacidad instalada europea tras la primera guerra mundial. Igualmente la producción agrícola se elevaba empujada por la demanda mundial, pero a diferencia de la industria los precios de los artículos producidos por el sector primario de la economía se mantuvieron bajos. Recordemos que el territorio de Estados Unidos no fue teatro de operaciones de la conflagración mientras en Europa la guerra de trincheras destruyó tanto la industria como la producción agropecuaria. No fue fácil la recuperación, especialmente para Alemania, cuya rendición determinó el armisticio de Versalles que le obligaba a un nivel de compensaciones para los triunfadores de la guerra que prácticamente la incapacitaba para recuperar sus niveles de producción. Alemania queda obligada a pagar compensaciones anuales por 1,200 millones de francos oro. Estados Unidos, Australia y Japón en cambio podían aprovechar su industria intacta para ocupar los mercados que los europeos no podían recuperar tras la guerra.

Se vivía pues en Norteamérica una euforia acompañada por los nuevos ritmos del charlestón, en los salones de bailes y el jazz en los sótanos de los barrios marginales alimentada por las bebidas alcohólicas ilegales procedentes de Canadá. Muy pocos para no decir que nadie esperaba el desastre económico que cayó como un asteroide en medio de Wall Street.

La semana antes del fatídico jueves 23 de octubre de 1929, la bolsa de valores de Nueva York sufrió una inusual venta de acciones. Este fue el primer remezón, una primera campanada que anunciaba la tragedia. El jueves 24 de octubre, conocido como el jueves negro, se pusieron a la venta 13 millones de acciones por debajo de su valor sin que existiera un número igual de compradores. Ese día la policía cargó contra los inversionistas que rodeaban el edificio de la bolsa de valores de Nueva York. Parecía que se había tocado fondo. Para el viernes parecía que lo peor había pasado. Hubo una estabilización producto de la compra de un gran número de acciones por encima de su precio por un agente al servicio de los bancos, mediante un acuerdo del Chase Manhattan Bank, el JP Morgan Chase y el National City Bank, que juntos pusieron el dinero para comprar acciones por encima de su valor, para tratar de tranquilizar a los inversionistas y evitar el nerviosismo que determinara una estampida de vendedores al mejor estilo del viejo oeste.

Sin embargo solo se aplacó por unos días. El lunes 28 el promedio Dow Jones cayó 13%. El martes 29 se colocaron a la venta 33 millones de acciones. El pánico ya era incontrolable. Mareas humanas tratando de vender sus acciones a cualquier precio. Los inversionistas arruinados se tiraban de los rascacielos neoyorkinos, otros retiraron sus ahorros descapitalizando los bancos. Cuando por fin se disipó el humo no menos de 32,000 empresas habían desaparecido, unos 2000 bancos habían cerrado, más de un millón de inversionistas habían perdido la totalidad de sus ahorros, un 25% de la población económicamente activa se encontraba desempleada, la producción industrial se contrajo en un 50%, el comercio mundial en un 66%. El promedio Dow Jones bajó en un 89%, el precio de las acciones bajó a un nivel tal que no logró recuperar su valor previo a la depresión hasta 1954.

La bolsa de valores no es en si misma la causante de la llamada gran depresión. Es tan solo un reflejo de lo que sucede en la economía. Varios factores fueron los detonantes que determinaron la crisis: la mala distribución de la renta, un aumento en la producción que llegó al nivel de no contar con una contraparte en la demanda, esto determinó un aumentó en los inventarios fundamentalmente por la incapacidad de Europa de seguir adquiriendo productos ante un aumento en los aranceles de importación en Estados Unidos que le contrajo a su vez la demanda y por tanto su poder adquisitivo. La utilización de un modelo económico basado en la premisa que el aumento de las exportaciones y la reducción de las importaciones era lo más conveniente para fortalecer la economía interna. Y lo era por un tiempo hasta que se reducen las exportaciones porque se debilitan los países a los que se exporta quienes se ven limitados entonces en su capacidad de compra al extranjero.

La gran depresión se mantuvo además por la insistencia en seguir con un modelo agotado, el modelo liberal para quien el concepto de “laissez faire” determinaba que lo más conveniente ante la crisis era simplemente no hacer nada… la mano invisible iba a estipular que luego de la crisis venía un punto de inflexión que cambiaba el signo de la curva llevando inexorablemente hacia la recuperación y de vuelta hacia el auge.

Sin embargo la mano invisible nunca fue vista. Primero porque era invisible y segundo porque definitivamente los inversionistas, aquellos sobrevivientes a la gran depresión, no iban a arriesgarse a quedar en la lista de los suicidios invirtiendo en una economía que no disfrutaba de una demanda insatisfecha que fuera receptora de la producción. Por el contrario preferían aguardar agazapados, en absoluto silencio, que la economía mejorara a costa de los demás capitalistas.

No fue la mano invisible, sino John Maynard Keynes quien finalmente logró crear la respuesta a la crisis mundial y modificar el ritmo de la economía. Pero esa es otra historia.

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