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16 de septiembre de 2010

RESTAURANTE CHINO

Felipe Argote


Una de las actitudes que me son más irritantes dentro de todas las miserias humanas son para mi la xenofobia y el racismo. Sé perfectamente que no es otra cosa que la expresión de una baja autoestima, un complejo de inferioridad que lleva a algunas personas a menospreciar a otras debido al color de su piel, sus facciones o su procedencia originaria.

En las últimas semanas hemos visto ante las cámaras de televisión una serie de operativos en restaurantes y mini súper en donde se ha visto un espectáculo extremadamente desagradable de comercios que no cumplen con las mínimas normas de salubridad que establecen las leyes. Estos operativos están muy bien y que se clausuren los comercios insalubres aun mejor. El problema es que se aprovecha estas deficiencias para desatar una campaña racista contra todos los panameños con ascendencia asiática.

En vez de referirse a los comercios insalubres los medios de comunicación hablan de los “comercios de chinos”. Luego se dice que el ministerio de salud está dando charlas a los chinos para que cumplan con los requisitos de salubridad. Estos comerciantes no están allí por chinos sino por insalubres.

No hay que ir muy lejos. En las fiestas patronales de los pueblos se ven en los puestos de comida una gran cantidad de comestibles al aire libre a la disposición de los comensales y de las moscas, mosquitos y moscardones, mientras en el piso corren líquidos con algo más que aguas cristalinas. En la avenida Transístmica, por dar otro ejemplo, una muy popular y tradicional restaurante y bar de asados se llena a capacidad de clientes que liban licor y comen en abundancia, en especial el pollo asado que se cocina frente a la congestionada vía por donde pasan los carros, camiones y diablos rojos levantando el polvo que se sedimenta sobre el pollo en medio de la cocción. En la parte trasera del local también se cocinan pollos en un horno cochoso por donde gotea sobre la tierra la grasa animal que en la noche sirve de alimento a los roedores. El resultado son unas ratas del tamaño de un gato pequeño que causan el terror de los vecinos del área y que sin duda se pasean por las estufas en medio de la nocturnidad ya que todo está al aire libre. Sin embargo por allí no pasa el ministerio de salud y si acaso pasa no lo hace con las cámaras de televisión a sus espaldas porque no son de propiedad de panameños de ascendencia oriental.

En cambio existe una franquicia de comida rápida china propiedad de mi amigo Roberto Lee cuya pulcritud y buena comida son un ejemplo, pero allá no van las cámaras.

Recuerdo que un funcionario público me comentó hace algún tiempo que junto con otros inspectores visitaron una fábrica de fundas plásticas para salchichas y embutidos. Cuando se percataron que las fundas tocaban el piso mientras las enrollaban se les preguntó a los empleados de la fábrica si esas fundas eran pasteurizadas. Ellos contestaron que no, que eso lo hacia la fábrica de embutidos. Luego al visitar una fábrica de embutidos de propiedad de un alto miembro del gobierno anterior, del anterior al anterior y también del actual se les pregunto a los supervisores si pasteurizaban las fundas de los embutidos y estos contestaron que no, que ya venían pasteurizadas de la fábrica de fundas para embutidos.

Realmente debo insistir para evitar malentendidos, es obligación del ministerio de salud y sus funcionarios y está muy bien que lo hagan, cumplir y hacer cumplir las leyes de salubridad a fin de evitar las enfermedades en la población. Debe clausurarse sin más trámite los negocios de comida que no reúnan los requisitos y pongan en peligro la salud de la población, lo malo es que se quiera hacer ver que solo los chinos no cumplen con estas reglas y aprovechar estas medidas para perseguir a un sector de nuestra sociedad que bien puede servir de ejemplo de trabajo duro y sin descanso en un país en donde no existe raza mayoritaria sino una amalgama.

La inmigaración china no es de reciete data. El primer contingente de chinos desfiló en hileras por la ciudad de Panamá  en marzo de 1854 procedentes de Cantón para trabajar en la construccion del ferocarril transístmico. Unos meses despues se dio el mayor suicidio masivo en América solo comparable con la histórica autoinmolación de Guyana dirigida por el sociópata evangélico Jim Jones en 1978. 

Ocurrió en el poblado de Matachin cerca de Gamboa, donde 415 de los 705 cantoneses que llegaron a Panamá se suicidaron colgandose de los árboles con su propios moños. El Ingeniero Jefe de los trabajos en ésta área, George M. Totten, describió la situación que vivió ante la macabra escena de suicidio masivo "aunque viviera más que Matusalen, nunca olvidaré la escena que mis ojos encontraron esa mañana. Más de un centenar de chinos colgaban de los árboles, sus anchos pantalones moviéndose al soplo de una ardiente brisa. Algunos se habían ahorcado con pedazos de soga y gruesos bejucos. La mayoría, sin embargo, usó su propio cabello, dando vueltas a sus largas trenzas, y amarrando sus extremos a la rama de un árbol".

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